Cuenta la leyenda que cuando Pirene, hija de los Pirineos, después de ser liberada del incendio por Alcides, decidió dejar la montaña para conocer las delicias del mar, ordenó a sus sirvientes que le buscaran una playa pequeña donde establecer su morada i al mismo tiempo, el nido de sus amores.
Recorrieron toda la costa desde Rosas, la cual consideró demasiado grande para un simple refugio; El cabo de Begur y su cala Aiguablava pensaron que le gustaría a la princesa pero esta lo encontró demasiado rocoso y con unos ancantilados demasiado altos y escarpados; Las calas de Calella y Llafranc ya la tentaban, pero no se decidía, hasta que pasadas las Illes Formigues, por una avería de la nave, se vio obligada a tomar tierra en una playa a pie de Cap Gros. Al hundirse sus pies en la fina arena de la playa, quedó maravillada.
Aquí - dijo a sus sirvientes. - Aquí me construiréis mi palacio medio en el mar, medio en la tierra, para que pueda sentir las caricias de las olas y las cosquillas de la fina arena. Los pinos me servirán de protección i las olas, juguetonas, me dormirán con sus canciones.
La playa antes quieta y solitaria se convirtió en un pequeño paraíso con jardines, huertos i campos de cultivo. Los pescadores le regalaban sus mejores pescados y ella, siempre en compensación, les llenaba de agradecimiento con sus canciones y su alegría.
Quien primero se dio cuenta del cambio fue un vecino muy cercano que tenia su estancia con honor de castillo en la vecina Penya Rocosa (conococido hoy como el Castell de St. Esteve de Mar). Tanto por mar como por tierra, era casi una fortaleza inexpunable. Maravillado por toda la alegría que desprendía la princesa y por el séquito de sirvientes que tenía, decidió ir a conocerla, pero ella, que su corazón latía solamente por el salvador de su incendio, no le hizo demasiado caso, ni suplicas, ni regalos, nada fue suficiente para llamar su atención.
De la negativa quedó muy desconcertado el señor del Castillo y tomándoselo como un desprecio, viendo su amor humillado, envió a un mensajero de su confianza a ver si con amenazas conseguía llamar su atención.
Una noche, cuando en el palacio de la princesa todos dormían, fue traicioneramente asaltado y poniendo en práctica la amenaza, le prendieron fuego quedando su palacio y sus habitantes reducidos a cenizas.
Del palacio de la princesa no quedó más que un montón de ruinas, que limadas por las olas de día y de noche, con el transcurso de los siglos quedaron reducidas a una sola roca que se alza en medio de la playa, negra y requemada, para el recuerdo de los mortales. El color de roca que fue palacio de la princesa, da nombre a la playa de la Fosca por el cual la conoce todo el mundo; y en cuanto al castillo, aún el curioso visitante podrá ver sus grandes murallas con sus torres, por la parte de poniente.
Esta leyenda, la podéis encontrar en el link que os adjunto aquí:
http://tempspalamos.blogspot.com.es/2009/08/llegenda-de-la-fosca.html