Páginas

domingo, 5 de junio de 2016

Cuando la primavera llegó al Montseny...


Como ya sabéis visito el Montseny varias veces al año, podéis ver mis entradas anteriores: Sta. Fe del Montseny; Un paseo por el Montseny e incluso, la historia de la avioneta. En ninguna de las ocasiones anteriores, lo había encontrado tan bonito, con un verde casi fluorescente y tanta agua en el lago. 

Por eso, por la mágico que lo encontré en mi última visita, os transcribo una leyenda que he encontrado y espero que os guste. Podéis encontrar más información del Montseny en la web que yo encontré la leyenda y acompaño con las fotos de esta visita, cuando llegó la primavera al Montseny.  

Espero vuestros comentarios! 

LA MUJER DE AGUA DE GUALBA

Érase una vez en Can Prat, había un amo poderoso que gobernaba con inteligencia tierras y rebaños. Todo el mundo sabe, por todo el Montseny, que Can Prat, es una casa antigua que tienen más de quinientas cuarteras de bosque y ciento noventa de tierra y prados. En aquella época además, le habían censos de dominio doce masías pequeñas, y en toda la montaña poseía un total de siete renteros habitados por buena gente. 

Al dueño de Can Prat, a veces, se le antojaba camiar por los robledales. Conocía el significado del viento al rozas con la copa de los chopos. 

Al atardecer oía los ladridos de los perros entre los alcornoques y las encinas, o el tilín del ganado que va hacia el cercado. Era un hombre que gustaba de caminar por la montaña; a menudo se le hacía de noche lejos de los dos cerros que alindaban su propiedad y seguía subiendo montaña arriba hasta los alrededores de la Vall de Santa Fe. 
Un día, en uno de estos paseos de atardecer, llegó a orillas del Gorg Negre, ahí donde las aguas son profundas, cuando ya era medianoche de un plenilunio total. La hoya estaba quieta y exánime. Ni un susurro animal. Ni una centella que no fuera el esplendor del astro nocturno que la llenaba. Había algo de pesaroso y extraño y, con un poco de cansancio en las piernas, se sentó al lado del agua, sobre una piedra inclinada. 

Entonces, de manera confusa y después nítida, apareció medio sumergida la figura de una mujer desnuda que, lenta  ensimismada, se peinaba la melena, rubia como el oro. El dueño de Can Prat, no había visto nunca una perfección semejante, tampoco hay palabra para describirla. 

Lentamente la mujer, con los brazo levantados, se peinaba mientras, bajito, iba cantando no sé qué huraña melodía. Y los ojos, verdísimos, suaves y dóciles, lejano como si todavía pudieran ver al final del bosque un país de seguras y perfectas formas.

De repente, la mujer lo miró fijamente y, en aquel preciso instante, él comprendió que ya la amaba como nunca había amado a nadie y que su destino quedaba unido al de ella sin remedio.  

Preguntó como se llamaba la mujer, pero ella, sin dejar de mirarlo, no contestó. Y dice la leyenda que, durante un buen rato, el dueño le iba haciendo preguntas y ella tan sólo lo observaba con sus ojos esmeralda sin articular palabra, pero al final, llegó un momento que tímida y tranquila, explicó que era doncella de río, no mortal, pero tampoco inmortal y que obedecía una ley de vida y costumbres muy diferentes a las de los humanos; que su abrazo en aquel lugar profundo era peligroso porque acostumbraba a ahogar a los hombres que en el plenilunio querían conseguirla. También se cuenta que la voz de la mujer vibraba como el sonido de una campana marina y que su acento recodaba modulaciones de otro mundo, quizá de aquel que algunos han conocido en una existencia feliz y primitiva.

Fueron palabras de amor lo de aquella noche singular. El hombre, prisionero del lugar y de la hora, pidió a la ninfa con insistencia, que aceptara se su esposa y le ofreció compartir su casa, la tierra y la riqueza que el tenía por toda la región. Ella, pero tenia miedo de dejar la soñolienta protección del lugar donde había sido engendrada y aventurarse en una nueva vida que desconocía totalmente. Había oído hablar de la inconstancia de los humanos, de sus desequilibrios y rudeza, de la codicia alborotada. 

Pero aún así, aquella mujer también estaba cansada de la fría certitud de su medio vital y, por otro lado, sabía que el hombre robusto que tenía ante sus ojos le gustaba mucho. Así que decidió esposarse con la única promesa que fue confirmada y jurada allí mismo, jamás de los jamases, bajo ninguna circunstancia ni razón, él le recordaría, ni en público ni en privado, el origen fluvial del que ella dimanaba ni tampoco se mofaría con palabras ni expresiones que la concernieran.

Y así, la mujer de agua se convirtió en señora y ama de Can Prat.

Así que un mal día, cuando el dueño de Can Prat y su mujer medían una buena tierra que debía se preparada , empezaron a discutir sobre el cultivo que allí sería más adecuado. Mientras él creía que seria bueno sembrar trigo ella opinaba que sería mejor maíz. La discusión fue subiendo de tono hasta que en un momento de enfado, el señor olvidando su promesa, le recriminó que iba a saber ella proviniendo del agua del río. Lo acababa de decir y ya se estaba arrepintiendo pero el mal ya estaba hecho.

La mujer al oír las palabras prohibidas, huyó rápidamente hacia el Gorg Negre y desapareció. El dueño de Can Prat nunca más volvió a ver a su mujer. Cuentan que eran muchas las veces las que se dirigía a la hoya y la llamaba, que hizo sortilegios y promesa a las divinidades que gobiernan el lugar, sin ningún resultado. 

También explican que la mujer, cuando el año, invadido por aquella postración no podía darse cuenta, entraba con cautela en la masía, iba a la habitación de sus hijos y los acariciaba y besaba dulcemente y les cantaba una canción antes de irse, dejando caer unas lágrimas brillantes sobre la mesa. Lágrimas que a la mañana siguiente, se convertían en rarísimas perlas que el dueño de Can Prat, recogía sin saber su origen. Así fue como la tragedia, enriqueció la casa aún más, durante mucho tiempo.
   

-